27 de septiembre de 2009

Las Voces del Ocaso

Tengo a mi almohada cruzada de brazos, esperando tus ojos atardecidos. Las paredes de mi garganta pronuncian tu nombre rabioso. Vienes como un silencio burlón a mi despecho, y no haces caso a mis latidos. Existe una metaforfosis errante de incipiente bestialidad, siempre a punto de destruirlo todo porque si, arrollando la catástrofe por amor, y yo sé que jamás me convertiré en Sirena, rodeada de inquietud, anclada en retaguardia y musgo...

Vengo de minúsculos verbos, que quieren crecer en este verde ocre. Hago las paces con la noche y espero fugitiva la luz de tu llegada. Nada sé... y sin embargo esta vez, ensayo la respuesta.


Clandestinidad de huerfanos, feroces lobos de la calle, rajan mi voluntad hacia la izquierda, abren la solapa de mi cama. No existe en mi ventana, el sonido de tu canto.

Fragmentada, distorsionada, retorcida, encubierta, asolada, consumida, devorada vida mía. No, no es dolor. Es algo que quiero dejar ir. No, no es dolor. Es algo que quiero devorar. Sin apuros, ni falsos espejismos, realidad de realidades. Un amor para aprender del amor, sin tantas palabras y casi sin ningún eco.

Tu voz, litúrgica barbarie... removiendo lejanas soledades, ata mi sombra a tu sombra, al hueso desgarrado de la carne. Ven! y quitame el tiempo de las venas, esta espera infinita de cadenas. Ven! y quitáme esta memoria, como una luz a punto de apagarse.
Me quedo ahora.- removiendo-. tu imperturbable manera de aparecer en todos mis exilios, con noches de nieve derretidas, con las urgencias puestas en mi boca, con los ruidos del mar que me traen a la orilla de tus versos, con todo lo que deje por ti (quizás para tenerte).